El canto de un alma poética…


Abril sería un mes difícil por cuestiones judiciales que tenían que ver con la muerte de papá. Mamá había empezado un tratamiento sicológico en el hospital zonal. Solía desaparecer todo el día, puesto que iba a visitar la tumba de papá y regresaba cerca de la hora de la cena y a veces incluso, más tarde. Tía Mirta hacía todo lo posible por seguir cuidándonos, pero ella tenía su propia vida, que no era fácil, como para hacerse cargo de una familia atravesada por el dolor. Hermano Jaime se juntaba demasiado con unos pibes del barrio que no tenían buena fama. En cuanto a hermana Maggy, parecía como si ella cargara todo lo que nos pasaba y lo llevaba, como solía decir, a los pies de Cristo, en oración. Las cenas familiares no volvieron a ser aquello que nos había dejado recuerdos tan gratos. A mamá parecía molestarle la disciplina espiritual de hermana Maggy y hasta se lo había hecho saber, descargando toda su impotencia y reprochándole su fe.

A pesar de todo esto, aquel primer día de abril en que se desarrollaron los bautismos, hermana Maggy fue determinante en su decisión y yo meditaba en aquel mensaje predicado sobre la analogía con la muerte y la resurrección. Fue emotivo y sentimos mucho la ausencia de mamá. Se suponía que ella y papá eran los que tomarían ese paso de obediencia. Cuando hermana Maggy entró al bautisterio, nos abrazamos con hermano Jaime y por primera vez, noté que él lloraba como lo había hecho el famoso día de su actuación magistral. Hay una foto en el sitio web de la iglesia que registra el momento en que hermana Maggy tiene sus manos unidas y sus ojos cerrados, vistiendo la blanca túnica, mientras el pastor Villegas levanta un brazo al cielo, orando por la primera niña de catorce años en dar ese paso de fe. De espaldas a la toma, hermano Jaime y yo unidos en ese abrazo, presenciando ese sublime instante. Habían pasado tantas cosas en unos pocos meses. Pero nadie imaginaba todo lo que habría de ocurrir en la Comunidad de la Fe Verdadera. Hermana Maggy sonrió cálidamente al ver que esa mañana estaba presente hermano vendedor. La última vez que yo lo había visto, comprábamos en el supermercado con mamá, que al divisarlo, me dijo que como se le ocurriera ofrecernos algún nuevo libro o un lanzamiento musical, lo mandaría a la mierda; tenía toda la intención de hacerlo, pero el tipo no hizo otra cosa que hablarle con toda empatía, dejándonos con la duda de si seguía en su negocio y si acaso, continuaba asistiendo a una iglesia. Hermano Jaime no lo soportaba; decía que era un charlatán incorregible; hermana Maggy le hacía notar, ante eso, que para vender hay que tener parla. El día de los bautismos fue coronado con una recepción de miembros en un almuerzo que le dio todo el tono familiar a la congregación del que por lo general carecía. Y la vida seguía su curso en el que cada uno dirigía su propia balsa, como si la falta de papá nos hubiese desunido para siempre. La única que parecía comprender mejor la navegación era hermana Maggy, por su entrega a los designios de Dios.

Los que complicaban mucho la salud de la familia eran mamá y hermano Jaime, quien solía no regresar a las noches y en la escuela corría el rumor de que se había metido en la pesada. Yo no tenía modo de abordarlo, porque no sabía cómo hablarle sin que me ridiculizara con todo su desprecio. A fin de ese año cumplía sus quince años hermana Maggy, pero ¿quién estaba en condiciones de pensar en el evento que contemplábamos el pasado veinte de diciembre estando todos con papá sentados a la mesa?

El año siguió su curso, como si a nadie le importara lo que nos pasaba. Claro que eso no era tan así, porque abuela Graciela y tía Mirta fueron muy eficaces con su amoroso acompañamiento. En la escuela no nos iba tan bien, aunque la llevábamos. Eso sin mencionar a hermano Jaime que tenía serios problemas de conducta que lo opacaban todo. Mi cumpleaños fue un día que hasta yo hubiera querido olvidar. El día que hermano papá hubiese cumplido sus treinta y nueve fue uno de los pocos en que mitigamos nuestro dolor acompañándonos. Luego venía el día del padre y como teníamos a nuestro abuelo, lo pasamos del mejor modo posible junto a él, que no parecía querer recordar el evento cuando ya había sepultado a dos hijos suyos. En la Comunidad de la Fe Verdadera todo seguía como siempre. Hermana Maggy empezó a tener sus responsabilidades como miembro en plena comunión y con eso llegó su estancamiento también. Asistía como por inercia. Mamá era una sombra de la mujer que conocíamos y la medicación que tomaba parecía hacer estragos en su aspecto. Para su cumpleaños, hermana Maggy preparó una torta que se nos hizo un retrato grotesco de aquel lemon pie, a pesar de ser de chocolote y frutillas, éste de mamá. Ella terminó yéndose a su habitación sin terminar el almuerzo y solo hermano Jaime, la abuela y la tía, probaron el pastel, sobre todo para no desmerecer el gesto de Maggy. Como su cumpleaños caía ese año en domingo, hermana Maggy iría a la iglesia a las seis de la tarde. Invitó otra vez a mamá, pero ella le devolvió una mirada sin respuesta, sin odio, sin expresión. Ese domingo yo no fui, cosa repetida a esta altura del partido. Tía Mirta fue la acompañante de hermana Maggy. Hermano Jaime salió esa tarde y no supimos de él hasta el jueves en la mañana que volvió pasado de hambre y muy sucio. Abuela Graciela lo regañó hablándole de que así no podía seguir, pero fue como si no lo hubiese hecho. En la iglesia iban sucediendo cosas pero como ya nadie asistía como hermana Maggy, lo ignorábamos todo. La tarde del viernes me encontré con la Biblia de hermana mamá que tenía la dedicatoria hecha por hermano papá de ese día que había llegado a casa con las dos que había adquirido. Estaba abandonada al polvo de los días que pasaron. No se me había dado por estudiarla, sino que recorrerla era como recuperar recuerdos de cuando tenía sentido estudiarla. Ahora nadie en casa leía la Biblia; tampoco a nadie se le ocurría orar por los alimentos. La única música que sonaba era la que escuchaba hermano Jaime, que no resultaba del agrado de nadie más. Y en esa densa monotonía de días y noches de silencio familiar terminó el año. A hermana Maggy la agasajaron en el departamento de jóvenes para su cumpleaños de quince y participamos todos, excepto mamá y abuela Graciela que eligió quedarse a acompañarla, pero la fiesta fue empañada por lágrimas de la cumpleañera. En su mejor intención, a una de las hermanas se le había ocurrido preparar un lemon pie para compartir.

El líder de jóvenes tenía menos gracia que fútbol americano y lo peor es que se las daba de gracioso. El grupo de jóvenes mismo era como dolor de hígado; parecían los personajes esos del videoclip de Michael Jackson, pero a eso los llevaba la religión y era entendible porque también hermana Maggy ya tenía incorporado bastante de eso, aún en su hablar. Esteban, uno de los hijos del pastor, se hizo muy el banana ese día y daba risa. No fue nada grato para Maggy ese veinte de diciembre.

El 2008 llegó con tristeza y no podíamos más que empezarlo del mismo modo que todos esos meses habían transcurrido. Pero nos íbamos ya acostumbrando. Había que asumir que nada volvería a ser igual y que la vida continuaba. Llegaría el día en que se cumplía un año de aquel lemon pie, de la guerra en que el rey no regresó. Abuela Graciela programó un viaje para Mar del Plata y nos dijo que a papá le hubiera gustado mucho que lo recordáramos haciendo ese viaje que no pudo ser el año anterior.

La Comunidad de la Fe Verdadera había iniciado el año con un ambicioso programa para crecer en asistentes. Los jóvenes tendrían campamentos como cada verano, en que se hablaba de buscar a Dios, aunque se sabía que siempre regresaban sin nada nuevo bajo el sol. A mí me habían tratado de integrar, invitándome a sumarme al grupo de alabanzas de la juventud y le pareció buena idea a mamá comprarme un bajo eléctrico de cinco cuerdas, como se me había sugerido que sea. Me gustaba bastante mi nuevo pasatiempo; sin que desplazara mi afición por la lectura, y fui aprendiendo las notas para acompañar varias canciones. En las reuniones de jóvenes, me sorprendía esa tendencia a fantasmear que tenían los pibes, dándoselas de adoradores polenta. Era lo que heredaban de los adultos, cuya costumbre de levantar las manos los domingos y llorar como marranos era ya un acto reflejo. Yo me preguntaba si ser auténtico no fuera más coherente para no desentonar con lo que afuera de la iglesia éramos. De todos modos, sí había ocasiones en que se te aflojaban las canillas. A hermana Maggy le gustaba mucho mi rol en el grupo de jóvenes. También a Andrea Carolina parecía agradarle más que nunca que yo la mirara.

Mamá mostraba mejoras en su ánimo cada tanto; parecía algo cíclico.

En la reunión de jóvenes del jueves catorce de agosto, hermana Maggy tenía el encargo de acomodar el salón, previo a la reunión. Me pidió que la acompañara, pero yo estaba leyendo el final de una novela muy interesante escrita por Tommy Tenney; le dije que nos veríamos más tarde. Cuando llegué, la reunión estaba suspendida y nadie sabía explicarme las razones. Mi hermana no estaba. El líder de jóvenes tenía la cara desencajada. Esteban, el baterista hijo del pastor, tampoco había llegado. Me volví a casa confuso y pensativo. Aprovecharía para invitar a mamá al cine y me hacía ilusiones de que aceptara. Cuando llegué al portón de casa, había un griterío que parecía venir de la voz de hermano Jaime y la de mamá. Entré corriendo y mi hermano se abalanzó sobre mí, lanzando unas trompadas que no fueron bien dadas. Me gritaba de todo y me reprochaba que no sirviera ni para cuidar a mi hermana. Mamá logró separarnos con la ayuda de tía Mirta que había venido también. Le pidieron a Jaime que se fuera a su cuarto y así lo hizo, pero lleno de odio en su mirada.

–Tu hermana está en el hospital. Nos acaban de avisar –dijo tía Mirta.

Yo no entendía nada; tenía que tratarse de un error, si la había visto hacía un rato apenas y se iba a la iglesia. “¿Qué le pasó?” No quisieron, o no pudieron, explicármelo. Nos iríamos de inmediato al hospital. Yo fui a pedirle explicaciones a Jaime, pero lo único que encontré además de su desorden, fue la ventana de su cuarto abierta. Mamá luego me contó que él había recibido la llamada y que no entendía cómo le habían dado los detalles de lo ocurrido. Llegamos al hospital y nos indicaron en qué sala estaba hermana Maggy. Nos dijeron que recién había despertado y que tratáramos de no perturbarla. Mamá no soportó la situación y se abrazó fuerte a ella llorando y pidiéndole perdón. Hermana Maggy estaba moreteada en partes de su carita y no pudo evitar llorar también. Yo le tomé su manito y le sonreí sin saber qué decirle. Al otro día seguramente le darían de alta; mamá se quedaría junto a ella a pasar la noche. Cuando salíamos ingresaba la policía. Tía Mirta sería la encargada de contarme lo que había sucedido camino a casa. Esa noche nos quedamos esperando saber algo de hermano Jaime y tía trataba de contenerme, explicando que son cosas que pasan, lamentablemente. Cuando al otro día llegaron mamá y hermana Maggy, recibimos la visita de algunos hermanos de la iglesia. Mamá ya no mostraba su acostumbrado hostigamiento hacia ellos. Había una conmoción general porque hasta las noticias informaron sobre lo acontecido. Hermana Maggy seguía llorando mucho. Durante todo ese viernes, no supimos nada de hermano Jaime. Mamá abrazaba a hermana Maggy y la contenía por primera vez en mucho tiempo. Me costaba creer que el baterista, hijo del pastor de la iglesia, hiciera eso. Cómo pude no darme cuenta de lo que Esteban Villegas se traía entre manos, si parecía no matar una mosca el mojigato ese. Y en la radio detallaban que su padre lo apañaba, aludiendo que seguramente la señorita andaría provocándolo. Cuánta falta nos hacía hoy papá y qué impotencia sentía por lo que pasó mi hermana. Y se presumía que hubiera huido a Chile el muy cobarde. Mamá salió del cuarto de hermana Maggy y después de un largo bostezo, dijo que Maggy se había podido dormir. Yo la miré sintiéndome culpable por lo que sucedió, pero mamá se acercó y me reconfortó pasando su mano por mi frente y mejilla. Me dijo “Vos no tenés la culpa; ese animal la venía molestando hace meses.” Me mandó a dormir porque había sido un día muy largo. Soñé esa noche que hermano Jaime entraba en la iglesia gritando que lo había matado, que con su hermana no se jugaba así. Yo decía que no era cierto y hermana Maggy lloraba en un rincón. Papá abrazaba a mamá y le decía que todo iba a estar bien. Entonces, el pastor Villegas sacaba de su cintura un revólver y le disparaba a hermana Maggy. Yo corrí a abrazarla y ella me susurró que todo estaría bien. Que tuviera fe. Me desperté agitado y salí corriendo a la sala porque escuché gritos de hermana Maggy.

Mamá estaba tirada en el suelo, bañada en sangre y hermana Maggy la quería hacer volver en sí, manchada de su sangre. Yo tardé en reaccionar ante eso pues se me hacía que mi sueño había virado abruptamente a otro escenario, pero me percate de lo cansado y somnoliento que me encontraba y descargué un grito desgarrador que me trajo a la realidad. Maggy tomó el arma que todavía sujetaba mamá y la alejó de mi alcance, mirándome con su rostro desconsolado. Hermano Jaime no supo nada hasta el mediodía de ese sábado; se había rendido ante tanto desvelo contenido y ni siquiera incorporó al sueño lo que sucedió en la sala de casa como yo. Había regresado con el arma homicida después de ajusticiar a Esteban Villegas de tres disparos; lo encontró refugiado en casa del guitarrista del grupo de alabanza y según parece, pensaba esconderse por unos días para luego buscar la forma de huir a Chile, adonde ya suponíamos que estuviera. Nosotros no entendíamos cómo era todo lo que había sucedido y cuando vino la ambulancia y la policía para llevarse el cuerpo de mamá, también tomaron el arma y ni se nos dio por fijarnos si hermano Jaime estaba en casa. A la policía no se le hizo difícil atar cabos para resolver los casos. Nosotros declaramos que nunca habíamos visto un arma en casa y por supuesto que mamá era la menos indicada en tener una. Nos preguntaron por Jaime Omar Hernández y hermana Maggy contestó que no sabía nada de él desde hacía días; yo precisé que lo último que hizo fue pegarme unas trompadas por lo que sucedió con nuestra hermana y después la ventana de su cuarto abierta. Me preguntó el oficial si yo estaba al tanto de que mi hermano estuviera armado. Hermana Maggy se puso a llorar sin consuelo y yo no pude contenerme tampoco. Se terminaron las preguntas.

Tuvo repercusión nacional el complejo caso de violación, homicidio y suicidio. Los medios cuestionaron de modo muy grotesco el rol de la religión y su decadencia en los tiempos que corren. Los entierros de mamá y Esteban Villegas, de diecinueve años estuvieron separados casi por el mismo tiempo que las balas del arma acabaron con sus vidas. Hermano Jaime pudo asistir al cementerio notablemente conmovido, esposado y custodiado por dos efectivos policiales. Nosotros dos estábamos bajo los efectos de calmantes y contenidos por nuestros abuelos. Jaime nos miró antes de ser llevado y con lágrimas en su rostro nos rogó perdón. Hermana Maggy se volvió hacia la abuela como si no quisiera escucharlo. A mí se me ocurrió decirle que ya hacía más de un año que mamá había muerto, que no era su culpa. Es en momentos así, que las fuerzas para salir adelante son más evidentes que nunca. Hermano Jaime habría de recibir 9 años de prisión como sentencia por matar a Esteban Villegas. Nuestros días de iglesia parecían acabados porque el pastor Héctor Villegas mitigó su propio dolor descargando su impotencia contra mi familia en sus siguientes sermones. Por mi parte no había ninguna buena razón para volver a entrar a la Comunidad de la Fe Verdadera, pero hermana Maggy consideraba una injusticia lo que hacían y parecía más dolida por esto que todo lo demás. Yo se lo cuestionaba y le decía que se dejara de zonceras. Hubo una marcada deserción de familias en la iglesia por todo este escándalo, según se decía. Tía Mirta le pidió a hermana Maggy que se tomara tiempo y que se hiciera la idea de pensar otras alternativas.

Yo me fui a vivir con mis abuelos; hermana Maggy completaría sus estudios secundarios, a la vez que comenzaba en el instituto bíblico de Rosario, donde se quedaría a vivir junto a una de las hermanas de mamá y abuela Graciela. Cada tanto conversábamos por teléfono, o chateábamos por el Messenger. Ella estaba muy abocada a lo suyo; yo ya no tenía ningún interés en liturgias como tampoco en la música. Vendí mi bajo y me aboqué a disfrutar de mis abuelos en sus últimos años. Hacía falta enterrar el pasado y guardar sólo lo mejor de lo que nos había tocado vivir. A veces, me impactaba lo que hermana Maggy escribía en msn o en su perfil de Facebook. Cada domingo visitaba el cementerio y ordenaba las tumbas de mis papás. Salía de compras con los abuelos y si íbamos al cine, nos quedábamos después a comer en el centro.

Se cumplían ya ocho años de aquel terrible jueves. Abuelo estaba muy descompensado de su salud y parecía mentira que Magdalena ya hubiera terminado sus estudios teológicos y llegara a Bariloche para celebrar mi cumpleaños después de tanto tiempo sin vernos. La noticia cobró repercusión a nivel provincial, porque fue anunciado que la niña de la Comunidad de la Fe Verdadera regresaba a su iglesia después de todo lo que había sucedido en aquellos días terribles de agosto en 2008. A pesar de la decadencia moral que se vivía, era destacable la reconciliación entre hermana Maggy y los pastores Villegas, que a duras penas habían seguido haciendo lo único que sabían hacer de sus vidas. La Comunidad de la Fe Verdadera estaba muy lejos de aquellos años prósperos cuando por un panfleto que nos entregaron en calle Onelli habíamos decidido asistir por primera vez. El año pasado había estado muy cerca de cerrar sus puertas para siempre. Se organizó un evento especial en que la hija pródiga predicaría tanto el sábado 25 de abril, como el domingo 26 en la reunión general. Ya teníamos reservada mesa para dos para la noche del sábado. Ella me pidió encarecidamente que asistiera a la reunión ese sábado. Me contó que se había hecho un contrato especial para que el Canal 10 de General Roca televisara la reunión y que hermano Jaime podría seguir la emisión desde el penal de esa ciudad. Por supuesto que en Bariloche se retransmitiría, como también lo haría, dijo, El Bolsón, Villa la Angostura y San Antonio Oeste. Me alegraba mucho que ella se mostrara tan entusiasmada con todo esto, siendo que todo respondía más bien al morbo de la sociedad que a la fe. Yo tenía ganas de no ir, pero terminé aceptando el programa completo. No había vuelto a ver a los pastores Villegas, ni a la mayoría de los feligreses. Era un capítulo que quería cerrado en mi historia. Hasta hubiese querido que Magdalena se olvidara de Dios.

La iglesia desborda de gente hoy y hay filas por cuadras, como si se tratara de un show musical de gran nivel. La cobertura periodística de los medios ya había empezado a trabajar antes de que yo llegara y como veo tanta gente, tengo el impulso de irme y reconvenir con mi hermana para pasar a buscarla para la cena de mi cumpleaños. El hermano Aníbal Cifuentes, acaba de saludarme y vino hasta donde yo estaba; me dijo que lo acompañara, después de saludarme por mi cumpleaños. Me cuenta mientras nos acercamos a la puerta lateral, que todos los pastores del Consejo están presentes y que es emocionante el clima que se vive, como nunca, en la historia de la Comunidad de la Fe Verdadera. Yo estoy por decirle que cambiaría toda su emoción porque la historia hubiera sido distinta, pero levantando la vista, diviso a hermana Maggy que está saludando a los pastores. Se me cayeron las medias. Estoy sin reacción y lo único que puedo hacer es llevarme las dos manos al rostro. Está deslumbrante y me asombra su parecido con papá, aún cuando también hay en su figura mucho de mamá. Tiene un porte de mucha distinción y hasta siento vergüenza de mi ocasional apariencia. Con esa belleza de mujer he de cenar esta noche para mi cumpleaños y me parece un hermoso presente. Me vio, se le iluminó la expresión con esa sonrisa que extrañé tanto. Me acaba de levantar la mano. Yo le correspondo con una inclinación de la cabeza y me siento, porque me asignaron una ubicación bastante especial en tercera fila. La iglesia está adornada con mucha sobriedad y sin buscarlo, me encuentro con el pastor Héctor D. Villegas en el panorama y no puedo creer que se le hayan venido encima los años así. En quince minutos comenzará la reunión y mientras tanto se ajustan todos los detalles para la transmisión televisiva y la gente está llenando el salón. Todos corren excitados y los músicos van afinando sus instrumentos, una vez más, probando el sonido y las voces con algunos fragmentos de alabanzas. Estoy por apagar mi celular por el mensaje del cartel que así lo exige y justo suena una llamada de número privado y al atender escucho una voz que me dice “Hermano Felipe, estoy esperando que empiece la transmisión. Que tengas el mejor de los cumpleaños hoy allá. No sabes lo que quisiera estar con ustedes.

Me he quedado sin palabras porque hasta me cuesta reconocer su voz. El timbre es el mismo, pero la entonación y las palabras no parecieran suyas. Le agradecí y le cuento que ya está por iniciar la reunión, y que un ujier está al lado mío pidiendo que apague el celular. “Después te cuento los detalles hermano Jaime; luego iremos a cenar con la belleza que seguramente te asombrará por la pantalla como a mí aquí.” Ya tengo emociones suficientes en este día, con tantas sensaciones encontradas…

Se hace silencio, señas, luces… se encienden las cámaras y un hermoso coro de voces comienza con esta ceremonia religiosa. Parezco de nuevo aquel niño obnubilado con cada detalle al ingresar por primera vez a esta iglesia hace ocho años y medio con mamá, papá y mis hermanos. Pero ahora conozco algunas de estas canciones y me acuerdo hasta de las notas con que las acompañaba en el bajo. Allí veo de pie, de frente al auditorio a hermana Maggy, que hoy es precisamente, la hermana Maggy. Sé que está haciendo todo lo posible por no emocionarse. Tiene temple y luego de terminado el primer himno, el pastor Héctor Villegas sube al púlpito y nos da la bienvenida a todos a este precioso encuentro de fe. Luego saluda al presidente del Consejo de pastores de Bariloche, Walter Roviralta y a todos sus consiervos; también agradece a los medios y la sintonía de todos los que reciben la transmisión por Canal 10 de General Roca y repetidoras, así como a los televidentes de Canal 6 de Bariloche y a los usuarios que siguen la transmisión vía streaming por el sitio web de Comunidad de la Fe Verdadera. Le indica un apuntador por un cartel que también se emite la reunión por diversas radios de Bariloche. Acto seguido, nos cuenta que es un gran honor recibir a Magdalena Elizabeth Hernández, la hermana Maggy, y gira para mirarla con una sonrisa, al tiempo que se quiebra su voz por la emoción. Todo el auditorio aplaude y el grupo de alabanza comienza con los acordes de una canción de celebración. De a poco me voy percatando de que aquella atmósfera que me hizo llorar cuando hermano papá y hermana Maggy estudiaban en la sala de casa se percibe en esta reunión. Me electriza, pero no quiero sucumbir a las lágrimas aquí; no hoy.

En este momento, la mayoría de los presentes, que desborda el auditorio, tienen sus manos levantadas y no lo hacen porque sean los religiosos de cada fin de semana; para muchos de ellos esta es la primera reunión a la que asisten. Hasta uno de los camarógrafos de Canal 10, tiene su mano libre en alto. Esto es reconfortante y todavía me resta saber qué será lo que hermana Maggy diga cuando sea su turno. Yo quisiera también que esta sea mi primera reunión y lo parece porque es como si nunca me hubiese ido de aquí ese domingo 5 de noviembre de 2006. Puede que en este preciso instante, en el penal de General Roca, hermano Jaime esté llorando como el día en que creímos que actuaba.

Ya hemos cantado canciones que no recordaba que fueran tan bellas. Hoy estoy cantando como deben cantar quizá los ángeles y no porque tenga yo buena voz. La atmósfera es tan densa, que el grupo de alabanza se detiene y todo queda en silencio. Nadie se atreve a violar este marco de solemnidad. Pasa tiempo pero es como si no pasara y entonces el sintetizador inicia un sonido que parece venir del cielo mismo y se le acoplan todos los demás en la introducción de una balada que se me hace conocida y me gustaría ahora mismo estar tocando el bajo, pero lo abandoné, lo vendí; me alejé. Comenzamos todos a cantar la letra del proyector:

Tú, Dios de la creación
Digno de adoración
Oh, Cordero Vencedor
Dios, eres el gran YO SOY
Hoy mi vida te la doy
Te la entrego con amor.

Tú, mi fuerza y poder
Das vida a mi ser
Tú, glorioso Emanuel
Eres mi amigo fiel

Cristo, Cordero Vencedor
Estás sentado
En Tu trono de poder
Estás reinando
Con toda autoridad

Tú reinas Señor
Tú reinas Señor.[1]

La cantamos por segunda vez y muchos de los que me rodean, están visiblemente conmovidos, con lágrimas en sus ojos. Voy a cerrar mis ojos pero noto que hermana Maggy se aproxima al púlpito con toda determinación. ¡Qué hermosa hermana tengo! Termina la canción pero todos siguen coreando el Tú reinas Señor, sin música. Luego de unos minutos así, hermana Maggy hace oír un suspiro en el micrófono y dice: “Qué tremendo privilegio estar hoy aquí, en este ambiente de profunda entrega en mi añorada ciudad”. Nos invita a sentarnos. Se presenta y agradece la cordial invitación de su pastor Héctor D. Villegas y la familia de Comunidad de la Fe Verdadera para predicar por primera vez desde que logró su Doctorado en Teología. Nadie pide permiso para aplaudir estruendosamente. Hermana Maggy tiene nervios de acero como para no emocionarse y estar hablando con tanta soltura.

Hace cerca de diez años, en una templada tarde de primavera, ingresamos a esta hermosa iglesia. Algunos de ustedes saben de las cosas que nos tocaron vivir, pero yo no vine aquí esta noche para hablar de mi historia, ni de lo que pasó. Quiero señalar solamente un detalle y llamar a la reflexión a todos los que tienen una responsabilidad eclesiástica en este tiempo: Que despierten. Yo vine a hablarles de fe, que es lo único que tiene sentido en la vida, además del amor y la esperanza…

 

Abran sus Biblias por favor en Hebreos, capítulo 11, versículo 6 (y si usted no tiene Biblia, no se preocupe – además de recomendarle el servicio de un amigo, les contaré que de eso se trata mi anécdota personal). Dice la Palabra de Dios así:

Pero sin fe es imposible agradar a Dios,
 Porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay,
Y que es galardonador de los que le buscan.

Años atrás, los mensajeros del púlpito acostumbraban a emocionar a la gente con historias miserables y sensibleras para provocar de ese modo el arrepentimiento de las almas. Nos valíamos de la música para conmoverlos y de la palabrería en sermones interminables que a veces ganaban por cansancio. Yo no pienso quitarles mucho tiempo, porque a ustedes no les gusta perder su tiempo y además, porque hoy es el cumpleaños de mi hermano Felipe, que está entre nosotros y quiero celebrarlo con una cena junto a él. Pero eso no quita que en los minutos que me dispensen su atención, ustedes sepan de qué se trata mi exposición, con anécdota incluida. Cuando nos sentamos por primera vez aquí, junto a mis padres y mis dos hermanos, no teníamos Biblia y tampoco idea de qué fuera lo que contenía este Libro al que le dediqué mis mejores años y al que pienso dedicarle los que me queden de vida. Y cuando a las semanas, papá llegó a casa con dos Biblias, no sabíamos para dónde escapar, aunque nos tranquilizaron los Salmos que se nos hacían más entendibles. Yo sé que muchos de los pastores tienen un serio dilema en estos días porque no saben de qué modo exponer el mensaje de Redención. Si hubo algo que entendimos aquella vez como familia, fue que necesitábamos que nos traduzcan o nos resuman la idea general de lo que Dios quiere decirnos en ésta, su Palabra Santa. Por lo general, en las iglesias, la gente adopta ideas vagas y funda su teología basados en pequeños fragmentos que nunca consideran a la luz del contexto entero. Estoy segura que también aquí, en Bariloche, los jóvenes no tienen la más pálida idea de qué es lo que creen, pero siguen la corriente, como pececitos indefensos. Y ellos necesitan más que nadie el revolucionario mensaje que contiene la Biblia.

 

¿Y qué es la fe? Vaya que no he llegado todavía a entender su definición, pero sí me ha sido significativa para mi caminar con Dios, no en un modo religioso, sino como esencia misma de mi relación con el Creador. Hasta afirmaría que aquí, esta tarde hay personas de diversos credos y de más de una religión, incluyendo a los que no tienen, o creen no tener, ninguna. Y solemos vivir como si con nuestra religiosidad, ganaremos el cielo, pero no es fácil acallar la voz de la conciencia y ustedes eso lo saben. Tengo la intuición de que muy pocos de ustedes se preguntaron alguna vez qué es la fe. ¿Quieren que se las defina? Les aseguro que no se trata de lo que yo haya vivido, o estudiado, ni tampoco de lo que pueda decirles hoy. Se los ilustraré, si me permiten dibujarlo en su imaginación: La fe es una invitación a aventurarse a lo incierto, a lo que no tiene nombre, a lo que excede a toda definición. Es un viaje que para muchos puede comenzar hoy; para otros puede ser la razón justa para dejar de vivir una mera religión; incluso para algunos, puede significar dirigir las velas hacia donde sople el Espíritu de Vida. “Sin fe es imposible agradar a Dios…”, dijo este anónimo escritor. Yo no vine a venderles fe. No vine tampoco a presumir de la que tengo. Yo quiero invitarlos a dar ese primer paso hacia lo incierto y no puedo garantizarles un camino de rosas, porque no fue lo que me tocó a mí vivir. Sí puedo garantizarles que Dios siempre los sostendrá y que a pesar de lo que pueda venir, Él estará con ustedes todos los días de sus vidas. Fe es lo que puede hacer que tu vida se enmarque en una galería de héroes que se sostuvieron como viendo al Invisible, en medio de la hecatombe. Fe es lo que te asegura que aunque estés muerto, vivirás; fe es lo que puede virar el curso de tu vida hacia un futuro de esperanza y amor.

 

Por eso, cuando se encuentren ante las Sagradas Escrituras, no esperen entender homilética y hermenéuticamente todo lo que lean. No cometan tampoco el error de adoptar un lenguaje religioso que pareciera en apariencia inmaculado, pero que en el fondo, demuestra que no se han encontrado con la vida del Salvador. Sin ese mensaje de fe, no tendría sentido que yo esté aquí hoy, porque no habría soportado lo que pasó como para estar hablándoles de fe. Y hagan de cuenta que les presento a un Amigo, hoy. Y no se trata de decirle, “encantado, mucho gusto.” Lo van a tener que tratar en el día a día, y no simplemente por lo que otros digan de él. Tengan en cuenta que muchos hablan como címbalo que retiñe. Esto no se trata de meras palabras; no se trata de la Comunidad de la Fe Verdadera, ni del Consejo de Pastores de Bariloche, ni de lo que diga fulano o mengano. En este viaje y con esta Amistad, ustedes podrían llegar a entender el por qué el apóstol Pedro un día dijo: “¿A quién iremos? Si tú tienes palabras de vida eterna.” Y su mensaje está contenido aquí (alzó su Biblia) tanto para ustedes como para mí; y es hora de prestarle oído a lo que Dios dice, “porque la fe viene por el oír, y el oír Palabra de Dios.”

 

Esto era lo que yo quería decirles. Muchas gracias.

 

El público se puso en pie y ovaciona esta genial exposición. Yo soy público también y además lloro como hacía años que no lloraba. El pastor Villegas toma la palabra y despide a hermana Maggy. Anuncia que mañana el servicio dominical comenzará a las cuatro de la tarde y que habrá un segundo servicio por primera vez, a las dieciocho treinta. Están todos cordialmente invitados. Agradece a los medios y a los pastores presentes. Eleva una oración de agradecimiento y devoción a Dios y luego deja una vez más al grupo de alabanza para terminar con la reunión.

Está bastante fresca la noche barilochense y el cielo está estrellado y despejado. Maggy logra zafar de las muestras de cariño que le ofrecen a su salida. Le regalaron un ramo de preciosas rosas. Le señalo el lugar donde estacioné el auto y nos vamos hacia el lujoso restaurante a festejar mis veinte años. Mientras degustamos una suculenta parrillada, acompañada de un delicioso Cabernet Sauvignon 2008 de Bodegas Esmeralda, recorremos nuestra historia comprar-tiendo detalles que no sabíamos uno del otro. Cuando hermana Maggy me pregunta el estado de mi corazón, le cuento que por un viaje de negocios con su papá, Annette Alejandra no estaba compartiendo esta cena, “pero seguramente esa pregunta me la hiciste para contarme a su vez cómo está el tuyo.”

–Yo conocí en el último año del Seminario a un venezolano que se llama Héctor Sebastián García Obrador, tiene tres años más que yo y, viajó a Maracaibo para acomodar sus asuntos respecto a trabajo, final de su maestría y lo familiar; me pidió este tiempo para buscar a Dios y confirmar que este amor es más que un deseo personal. En este lapso que será de unos cuatro meses, decidimos no mantener contacto de ningún tipo. Él me dijo que si todo sale como quiere Dios, vendrá cumplido el plazo a Bariloche para conocerte y pedirte mi mano. Es además, músico profesional y tiene ganas de ver cómo es eso de que tocas el bajo tan bien. Si todo se da y vos le das mi mano, quiere que nos casemos el veinte de diciembre de este año en la iglesia Confraternidad del Nuevo Pacto en Caracas, Venezuela. Después nos vendríamos a vivir a San Carlos de Bariloche.

–Se nota que han pasado tiempo juntos, porque esa tonada tuya ya no es tan argentina. ¿Qué te parece si ordenamos el postre y brindamos por este reencuentro?

–Vale. –me responde, sabiendo que me reiré estruendosamente como siempre.

–Ordená vos lo que te dé la gana, por favor.

El mozo viene con el champagne y un lemon pie del que todavía no se extinguió la llama. Hermana Maggy, fiel a su estilo, toma mis manos sobre la mesa y eleva una oración a Dios, agradeciéndole por su hermano Felipe Adrián Hernández: por este cumpleaños, por Su amor y fidelidad, encomendándonos a todo lo que Él tiene para nosotros, en el nombre de Jesucristo. Amén.


[1] Tú Reinas – letra y música: Joel Contreras ©2000 MiracleMix Records. Adm por RevoRec Musik. Derechos Reservados. Usada con Permiso.

 ©17-20/06/2012 MJP – San Carlos de Bariloche, Argentina

(Todos los hechos  y personajes son parte de la ficción a pesar de cualquier parecido con la realidad; solo algunos lugares e instituciones se corresponden con la realidad)

Comentarios en: "Religión (final del cuento)" (3)

  1. […] Continuación del cuento aquí […]

  2. luciane almeida dijo:

    Querido amigo, estou sem palavras….. foi tão lindo e ao mesmo tempo comovente. Chorei outra vez. Besos.

  3. Me quedo sin palabras! Una historia que indiscutiblemente conmueve y reencuentra sentimientos a tal punto de terminar viéndose reflejada en ella. Una historia para jamás dejar de contar.

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