El canto de un alma poética…


Podría suceder cualquier cosa, nunca que uno se olvide de Cuba una vez visitada la majestuosa Isla. Fueron pocos días e insuficientes para entender la dinámica de su revolución. Su gente lo vive, muchos reniegan de su suerte, pero Cuba tiene una impronta que no se encuentra en ningún otro lugar. Las mujeres cubanas son un deleite asombroso. Existe una extraña relación en la convivencia entre las mujeres cubanas y sus hombres: me quedó la sensación de que la revolución cubana ha castrado al hombre cubano de su propósito en su propia historia, algo así como que las mujeres toman su condición femenina como un arma de resistencia económica; la posibilidad de ofrecer su cuerpo a los pasajeros turistas a cambio de una suma que representaría hasta meses de trabajo, tanto para hombres como mujeres en la isla.

Al observar la conducta frontal con que abordan las cubanas a los visitantes, deliré con una idea -traída de los pelos, quizá-, sobre que la nueva revolución en el mundo será el de las vaginas, porque así es como hacen sentir las mujeres su lucha y su lugar en el mundo en Cuba. O fui yo el que entendió cualquier cosa, andá a saber. Lo cierto es que en mi corta estadía, no menos de 7 mujeres se me entregaron en bandeja, empezando ya desde mi embarque en el Aeropuerto Benito Juárez de México.

«Los argentinos tienen fama de ser muy fogosos«, me dijo casi luego de presentarnos Natalia, y cuando llegamos a La Habana, y antes que su esposo fuera por ella (mencionó en México que no tenía), yo tenía ya una primera cita que en definitiva, no se concretó. En el vuelo rumbo a La Habana, usé la opción de chat entre asientos para chamuyar con la mosquita muerta que tenía quién la espere al llegar. Por supuesto que la cubana chamuyera no creía que yo fuera un tipo soltero y tan libre por la vida que llega a la isla donde a las mujeres parecen gustar tanto los hombres con impronta de libertad. Lejos estaba yo de saber la que me esperaba en Cuba si no me cuidaba como corresponde. Lo pasé hermoso con las cubanas que me tocó en suerte, claro.

A Katy no le salió barato salir de paseo con un yuma.

Mis primeros amigos cubanos los había hecho antes del abordaje en el vuelo de Aeroméxico con destino a La Habana, en el anteriormente mencionado aeropuerto de la Ciudad de México. Y como Natalia ya se me había insinuado con sobrado énfasis, me hubiera encantado pedirme un asiento junto a ella y abrirle la cajita de pandora en ese vuelo mágico. Me senté con Félix, en cambio, quien me previno que tenga cuidado con la casada porque alguna ventaja estaba tramando con el ingenuo e inocente argentinito. Pobre Félix, al final, lo dejaron confiscado al llegar al aeropuerto porque llevaba demasiadas cosas más que las permitidas para ingresar legalmente a la isla. Yo salí sin problemas de las gestiones aduaneras y la cubana ya había cambiado rotundamente su dulzura previa porque había llegado a buscarla su chongo, a quien ni se dignó en presentarme. En México, uno de los médicos cubanos que conocí en esta expedición me había recomendado el alojamiento que brinda su madre en la zona de Centro Habana, oferta que me resultó conveniente y accedí.

Cuestión fue que en esos días de cálido contacto humano percibí ese hábito de las mujeres casadas de ofrecerte el paraíso a cambio de una suma prefijada, mientras se hacen acompañar por sus mismísimos esposos a los que presentan como hermanos. Yo no necesité de esos servicios, al cabo, aunque estuve caminando por la cornisa con una de esas hermosas turras que vino en son de Marilyn Monroe, porque la admiraba tanto que hasta su falso lunar era su homenaje a la diva del cine. La supuesta Jessica andaba acompañada de su «primo», pero mis amigos cubanos me previnieron de que primo un carajo; ese chamo era el mismísimo chongo, y entonces, los cubanos que cuidan tanto tu integridad con tan sincero afecto, te blindan contra los chamuyos elegantes. Las noches siguientes, acompañado por la bella Catalina y su hermana Laura, más de 3 veces fuimos interceptados por la policía porque se presuponía que una cubana acompañada por un yuma tenía que ver con la prostitución, lo cual, no era el caso. Yuma es el mote con aire despectivo que usan los cubanos para referirse a los extranjeros, así que yo era el yuma por acá, yuma por allá, y la furia de esas chicas porque las trataban los policías como simples yiros. En una de esas requisas, los rudos policías que se querían llevar a mis acompañantes, terminaron enternecidos de que la morocha que andaba conmigo tenía como fondo de pantalla una foto conmigo. Cuestión que, para andar acompañado por una cubana en La Habana, es menester contar con algún trato que no dé pistas de que se trata de algo casual y meramente económico, porque el turismo para los cubanos es sagrado y se cuida a los visitantes de cualquier tipo de chantada.

Al hombre cubano lo encontré como resignado a ese destino por el que cualquier yuma representa para sus mujeres algo más codicioso, entonces, la hombría está venida a menos entre el pueblo cubano. Mirada sobradamente sesgada de mi parte, seguramente, pero hay algo en esa observación que merece su detallado estudio para entender la trama de esa revolución que ha vuelto al pueblo cubano en uno de los más cálidos pueblos del mundo, además de ser un país donde la seguridad es moneda corriente como para manejarse con plena tranquilidad a cualquier hora.

La lógica capitalista se fundamenta en el machismo rampante y mucho de eso requiere de la cosificación de la mujer. Todavía nos falta romper el paradigma aquel sobre lo del «hombre de la casa». Percibí que en Cuba eso se da de otra forma, aunque no se trata tampoco de lo inverso.

Apenas si, acaso, lo que observé en Cuba, me valga para imaginar cómo sería el mundo regido por las mujeres, donde nosotros apenas sirvamos como objetos de compañía. Y en lo que a Cuba respecta, mi mayor deseo es verla libre del bloqueo sanguinario y criminal que le impone el maldito imperio.

Prometí a esas hermosas criaturas volver a Cuba porque me faltó entenderlo casi todo.

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